VIDA CONTEMPLATIVA MASCULINA EN NICARAGUA
MONJES CONTEMPLATIVOS ALBERTINIANOS
De la "Regula Ad Servos Dei" de San Agustín


INTRODUCCIÓN

Occidente ha practicado desde los primeros siglos de la Iglesia la vida monástica y ha conocido su gran variedad y expresiones tanto en el ámbito cenobítico como en el eremítico. En su forma actual, inspirada principalmente en San Benito, el monacato occidental es heredero de aquellos hombres y mujeres que, dejando la vida mundana (= el mundo que le ha dicho “no a Dios” en el sentido joánico), buscaron a Dios y se dedicaron a Él: “no anteponiendo nada al amor de Cristo” (S. Benito).

Los monjes de hoy también se esfuerzan en conciliar armónicamente la contemplación, la vida interior y el trabajo en el compromiso evangélico por la convertio morum (= conversión de las costumbres), el propositum sanctitatis (= pobreza, castidad y obediencia), la asidua dedicación a la lectio divina (= lectura orante de la biblia), el ars celebrandi (= dignidad celebrativa de la Divina Liturgia) y la vida eucarística (= razón de ser y sentido de la vida monástica).

Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu, escuelas de fe, de liturgia, y verdaderos laboratorios de estudio, de diálogo y de cultura para la edificación de la vida eclesial y de la misma ciudad terrena, en espera de aquella celestial (cf. Vita Consecrata, Nº 6).   

La vida contemplativa es un don de Dios que debemos acogerlo en nuestro corazón y, a la vez, pedirlo de rodillas a Dios, particularmente en un país sin tradición monástica masculina como Nicaragua. No consta en los archivos de la historia de la Iglesia nicaragüense, ni en el imaginario colectivo de nuestro pueblo católico, la presencia de la vida contemplativa masculina en nuestro país. ¿Las razones? Desde la perspectiva de la revelación bíblica no existen, porque por creación el hombre es un ser capaz de Dios; y por el misterio de la encarnación, Dios es capaz del hombre. Por lo tanto, en todo hombre late el cor inquietum que llevó a San Agustín de Hipona a exclamar en sus Confesiones: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Conf., I, 1,1). Así pues, la vida contemplativa en nuestro país es un don que debemos implorar de Dios, dador de todo bien, y un novum del Espíritu Santo para nosotros y para las generaciones futuras.

La vida contemplativa expresa una cultura contra corriente y es accesible a una pequeña minoría. Es otra forma de ser y de vivir. Expresa un fenómeno antropológico alternativo, y es “otra cosa” respecto a otra forma institucional en la Iglesia. Los monjes intentamos vivir sencillamente el evangelio, practicando los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en una vida común. Además, vivimos de nuestra ilimitada confianza en la divina Providencia (M. Albertina) y del trabajo de nuestras manos (S. Agustín). Practicando la más exquisita hospitalidad, los monjes desarrollamos un servicio, una diaconía a los que tienen la necesidad de un lugar de silencio, de paz, de reflexión. De encuentro íntimo consigo mismos y con Dios. Los monjes somos, pues, una presencia gratuita en la Iglesia y la Iglesia no nos pide otra cosa: los monjes no servimos para algo, servimos a Alguien: servimos a Dios…, los monjes damos lo que el mundo no tiene: damos a Dios; no huimos del mundo, sino de la mundanidad, para encontrarnos con la verdadera humanidad en Cristo.

¿Tiene sentido la vida contemplativa masculina en Nicaragua? Si a esta pregunta le sumamos el hecho de que en nuestro país “no existe  tradición monástica masculina”, la conclusión es obvia: según la medida de este mundo que vive como si Dios no existiera, la vida contemplativa masculina no sirve para nada porque no produce, o como le dijeron en su tiempo a la Sierva de Dios Madre Albertina Prudencia Ramírez Martínez, “que toda su obra era una quijotada”.

Sin embargo, quienes conocemos la tradición monástica de la Iglesia Católica sabemos que los monasterios son una realidad que señala hacia donde debe caminar el ser humano, particularmente en los tiempo de crisis, para darle razón de ser y sentido a su historia desde Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Como lo dijo en su momento, el Papa Benedicto XVI: “los monasterios son una realidad urgente en la Iglesia que peregrina en este mundo porque constituyen los pulmones para quienes buscan silencio y meditación en nuestra sociedad..., porque los monjes testimonian silenciosamente que en medio de las vicisitudes diarias, en ocasiones sumamente convulsivas, Dios es el único apoyo que nunca se tambalea, roca inquebrantable de fidelidad y amor…”; y continúa el Santo Padre, “ante la difundida exigencia que muchos experimentan de salir de la rutina cotidiana en búsqueda de espacios propicios para el silencio y la meditación, los monasterios de vida contemplativa se presentan como “oasis” en los que el hombre, peregrino en la tierra puede recurrir a los manantiales del espíritu y saciar la sed en medio del camino…, estos lugares “aparentemente inútiles”, son por el contrario indispensables como los “pulmones verdes” de una sociedad: son beneficiosos para todos, incluso para los que no los visitan o quizá no saben que existen…, por el don de tantas personas que, en los monasterios se dedican totalmente a Dios en la oración, en el silencio y en la soledad, Dios actúa libérrimamente a favor de la humanidad”. Ya lo dijeron con claridad meridiana los Padres Conciliares en el Decreto Perfectae Caritatis, sobre la adecuada renovación de la vida religiosa, y que citamos extensamente a continuación:

“En los institutos puramente contemplativos, sus miembros dedican todo su tiempo a Dios en la soledad y el silencio, en la oración constante y en la penitencia practicada con alegría. Aunque el apostolado activo sea una urgente necesidad, estos institutos siguen conservando siempre una misión importante en el Cuerpo Místico de Cristo en el que todos…los miembros no tienen la misma función (Rm  12, 4). En efecto, ofrecen a Dios el magnífico sacrificio de alabanza, dan esplendor al Pueblo de Dios con los frutos de santidad tan abundantes, lo impulsan con su ejemplo y lo multiplican con su misteriosa fecundidad apostólica. Así son el honor de la Iglesia y el manantial de gracias del cielo” (PC., N° 7).  


“El hilo conductor” de la vida monástica que viene desde S. Antonio, S. Pacomio, S. Agustín, S. Benito es el ora et labora. Sin embargo, Dios suscitó en Nicaragua a la primera contemplativa nicaragüense de la cual tenemos noticia, la Sierva de Dios Madre Albertina Prudencia Ramírez Martínez, quien desde su vida oculta con Cristo en Dios retomó la dimensión de la passio en la vida contemplativa. ¿Qué es la passio? Es la dimensión de la cruz que le da sentido al ora y al labora. Sin la dimensión de la cruz no es posible hablar de vida monástica en la Iglesia Católica. Madre Albertina asumió la dimensión de la cruz, desde la dimensión oblativa del amor. En efecto, el amor cristiano es aquel “que sube a la cruz y da la vida por sus amigos”. Desde esta experiencia fundamental, Madre Albertina llegó a exclamar: “Quiero ser una cruz viviente, una crucificada viviente, una crucifixión viviente por tu amor”. Toda su vida fue una inmolación por Dios y por la salvación de las almas. “Oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 3), Madre Albertina vivió intensamente la contemplación y desde esta dimensión profunda envió a sus hermanas a la misión. De esto se desprende su deseo de no aparecer ante los ojos del mundo.

La Sierva de Dios Madre Albertina Prudencia Ramírez Martínez inauguró en la Provincia Eclesiástica nicaragüense un camino monástico que ella vivió intensamente con las primeras seis hermanas cofundadoras, el cual quedó esbozado en la primera regla escrita por la Madre. Por diversas razones socio-contextuales, después de la muerte de la Madre la dimensión contemplativa del carisma albertiniano pasó a un segundo plano; sin embargo, lo que Dios suscitó en ella ha renacido en lo que hoy podemos llamar con propiedad la vida monástica albertiniana en la Diócesis de Estelí y en la Provincia Eclesiástica de Nicaragua, para honra y gloria de Dios y salvación de las almas.

A diferencia del mundo, los monjes tenemos otra medida: el Hijo de Dios, hombre verdadero. Él es la medida de la verdadera humanidad y del verdadero humanismo (Benedicto XVI). En consecuencia, el primero y fundamental apostolado monástico es la propia cristificación del monje: “para que Cristo quede formado en las almas” (M. Albertina). El Papa  Benedicto XVI ha dicho: “no tengan miedo de Cristo, Él no quita nada y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, ábranle de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la verdadera vida”. El monje contemplativo es un hombre “oculto con Cristo en Dios”. Este es el gran don de Dios a través de la vida monástica a la Iglesia.


MONJES CONTEMPLATIVOS ALBERTINIANOS

HISTORIA

En un país sin tradición monástica masculina como el nuestro, Dios ha llamado a los primeros monjes nicaragüenses. Los Monjes Contemplativos Albertinianos nacimos del corazón eucarístico de la Sierva de Dios Madre Albertina Ramírez Martínez, para vivir nuestro ser eucarístico en un Monasterio. Madre Albertina es la primera contemplativa nicaragüense de la cual tenemos noticia. Ella vivió “oculta con Cristo en Dios” (Col. 3,3), y desde esta dimensión envió a sus hermanas a la misión.

·        El Arzobispo Metropolitano, S. E. R. Mons. Leopoldo J. Brenes S., aprobó la decisión de las hijas de Madre Albertina de compartir el carisma albertiniano con una rama masculina, para dar cumplimiento a la voluntad de la Madre de fundar a “sus hermanitos”.

·        La primera comunidad fundadora, asumió la dimensión contemplativa del carisma albertiniano y la Iglesia acogió en su seno la fundación del primer monasterio autónomo “sui iuris” en la Iglesia de Nicaragua, Diócesis de Estelí, pues no consta en los archivos de nuestra Iglesia la existencia de la vida contemplativa masculina a lo largo de su historia. La fundación monástica fue acogida por S. E. R. Mons. Juan Abelardo Mata Guevara, SDB., Obispo de la Diócesis de Estelí, mediante el Decreto N° 2 que consta en el Acta N° 190, folio N° 0215, del libro de Actas N° 1 de la Diócesis de Estelí, Nicaragua, C. A., “pues la vida contemplativa es un don de Dios que debemos acogerlo en nuestro corazón y, a la vez, pedirlo de rodillas, particularmente en el contexto de los cincuenta años de la Diócesis de Estelí y en el primer centenario de la Provincia Eclesiástica de Nicaragua” (Mons. J. A. Mata).


·        Hoy vivimos en el Monasterio Albertiniano Inmaculada Concepción de María, siete monjes, atentos a recibirlos y con las puertas de nuestro corazón abiertas para acoger a los jóvenes que sientan el llamado a seguir a Jesús en la vida monástica, y para todo ser humano hambriento y sediento de Dios. “El monasterio da lo que el mundo no tiene: da a Dios”. Además, “en el corazón de la nueva evangelización están los monasterios” (Benedicto XVI), “con su misteriosa fecundidad apostólica” (PC., N° 7)


     MARÍA ROSA MÍSTICA EN EL MONASTERIO


 De Opus Rosa Mística de Alemania fue enviada a nuestro monasterio la bella imagen de la Santísima Virgen María en su advocación de la Rosa Mística, para ser entronizada en nuestra capilla, puesto que en esta advocación Nuestra Señora quiere estar presente en los monasterios, seminarios, casas de formación, en una palabra, en los lugares donde se forman los consagrados. Los monjes hemos recibido a la Madre y ella intercede por nosotros, por nuestra fidelidad y perseverancia en la vocación monástica y por las vocaciones que llegarán al monasterio según el corazón de Cristo.

¡Ave María Purísima!, ¡Sin pecado concebida!